En su mesa como siempre, dieciocho impolutas servilletas de lino. Hacia tiempo que Nickola Tesla había renunciado a analizar su debilidad por los números divisibles por tres, la morbosa repulsión que le inspiraban los microbios o, ya puestos, el tormento que representaban las innumerables e inexplicables obsesiones que lo reconcomían.
Distraído, desdoble una tras otras las servilletas y procedió a frotar los ya relucientes cubiertos de plata y las copas de cristal, dejando una pequeña montaña de tela almidonada encima de la mesa.
A medida que le presentaban los platos, calculaba mentalmente el volumen del contenido de cada uno antes de dar el primer bocado; si no lo hacía, no disfrutaba de la comida.
Eran, como siempre, las diez en punto cuando Tesla se levantó de la mesa para perderse en la irregular iluminación de las calles de Manhattan.
Pensó que iba a hacer a continuación. Si continuaba alrededor del edificio, tendría que rodearlo tres veces. Suspiro ondo y dio media vuelta y se dirigió al laboratorio.
Tras haber traspasado a oscuras el umbral de la nave, conectó el interruptor general. Al encenderse, una lámparas tubulares iluminaron un sótano cabernoso atestado de fantásticas máquinas. Lo sorprendente era que no estaban conectadas al cableado eléctrico; nada de conexiones, toda la energía que consumía procedía del campo de fuerzas circundante, de forma que podía hacerse con cualquiera de las lámparas que no estaban fijas y desplazarse a su antojo por el taller.
Tan embebido estaba que ni siquiera se dio cuenta de la hora hasta que se oyó que alguien llamaba a la puerta. Entonces, bajó a toda prisa para dar la bienvenida al periodista inglés Chauncey McGovern, del Pearson's magazine:
- Me alegra que haya encontrado un hueco señor McGovern.
-Mis lectores me lo agradezerán. En Londres, todo el mundo habla del Nuevo Mago del Oeste, y le doy mi palabra que no se trata del señor Edison.
-Entonces suba; veremos si puedo mostrarle algo que avale esa reputación.
Se disponían a subir cuando entro Mark Twain con el actor Josep Jefferson, los ojos de Twain brillaban de excitación.
-Que empiece el espectáculo, Tesla. Ya sabe lo que opino yo.
-Pues no, ¿Qué opina, Marck?
-Un trueno es grandioso, impresionante; mas es el rayo el responsable de todo.
-Entonces, amigo mío, esta noche vamos a trabajarnos una buena tormenta. Adelante.
"Si alguien pisa por primera vez el laboratorio de Tesla y no se le encoge el corazón, es que posee un aplomo mental fuera de lo común..."- Recodaría McGovern más tarde.
Imaginense sentados en una espaciosa nave bien iluminada, repleta de extraños artefactos. Un hombre joven, alto y delgado, se les acerca y, con un simple chasquido de los dedos, crea al instante una bola que emite una llama roja y la sostiene en las manos. Al contemplarla, lo primero que les llama la atención es que no se queme los dedos. Al contrario: se la pasa por la ropa, por el pelo, la deposita incluso en el regazo de las visitas, hasta que por fin, guarda la bola de fuego en una caja de madera. Más se sorprenderán cuando observen que no hay ni rastro de chamusquina, y tendrán que frotarse los ojos para convencerse de que están despiertos.
McGovern no fue el único en mostrar su desconcierto al contemplar la bola de fuego de Tesla. Ninguno de sus contemporáneos encontró explicación para tal efecto. Tampoco hoy, disponemos de una explicación plausible.
Tesla apago las luces.
- Ahora, amigos míos, permitanme que les proporcione un poco de luz.
De repente, una extraña y maravillosa luz inundó el laboratorio. Sorprendidos, McGOvern, Twain y Jefferson miraron a su alrededor pero no encontraron nada parecido a una fuente luminosa. Por un momento, el periodista pensó si aquel sorprendente efecto no tendria relación con aquel otro que, al parecer, Tesla había producido en París, haciendo que se iluminasen dos enormes platos, carentes de fuente de alimentación situado a ambos lados del escenario (nadie hasta hoy ha conseguido un efecto similar).
-¡Bá! Pequeñeces que no conducen a nada, sin importancia para el vasto mundo de la ciencia. Si tiene la bondad les mostraré algo que, en cuanto consiga ponerlo a punto, supondrá una verdadera revolución en nuestros hospitales y, si me apuran, hasta en nuestros hogares.
Guió a los visitantes hasta un rincón donde había un extraño tablero notado sobre una capa de goma; acciono el interruptor y aquella cosa comenzó a vibrar rápida y silenciosamente.
Muy decidido Twain dio un paso adelante.
-Permitídme que lo pruebe, Tesla.
-No, no. Aun esta en fase de experimentación.
-Se lo ruego.
-Esta bien, Mark, pero no esté mucho tiempo. Bájese cuando yo se lo indique- dijo Tesla, riéndose para sus adentros, al tiempo que le hacía un gesto al ayudante para que cerrase el interruptor.
Con el traje blanco y el lazo negro tan propio de él, Twain comenzó a agitarse y a vibrar sobre el tablero como un gigantesco abejorro.
Encantado no dejaba de dar voces moviendo los brazos sin parar. Los demás le observaban, divertidos.
Pasado un rato el inventor dijo:
-Bueno, Mark, es hora de bajarse. Ya lleva un buen rato.
-Ni soñarlo - repuso el simpático escritor- Me lo estoy pasando en grande.
-Más vale que lo deje ya. Hágame caso: es lo mejor que puede hacer.
Apenas había dejado de decirlo cuando se le cambió la cara. Dando tumbos, se acercó al borde del tablero, con gesto desesperado para que Tesla parase aquel artefacto.
-Deprisa Tesla, ¿Cómo se para esto?
Sonriente, el inventor lo ayudó a bajar y le indicó donde estaba el baño. De sobra sabían tanto él como sus ayudantes el efecto laxante del tablero vibrador.
Ya amanecía cuando Tesla se despidió de sus invitados. No obstante, antes de que diera por concluida la jornada y se acercara paseando al hotel para descansar un rato, las luces del laboratorio permanecieron encendidas todavía una hora más.
Vaya, un relato de lo más curioso, ¿y siguen sin tener explicación los descubrimientos de Tesla que aquí se describen? Qué cosas tiene este mundo, jaja. Me alegro de no saber demasiado, perdería entonces la capacidad de asombrarme.
ResponderEliminarPor mucho que se sepa, siempre hay algo desconocido, y por lo tanto algo con lo que sorprenderse.
ResponderEliminarLo gracioso/curioso del tema es que Tesla vivió de 1856-1943, por lo que esta historia es probable que tenga 100 años,y aun así no se haya descubierto.
El tío se llevó los secretos a la tumba ¿eh?
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